Imagínate tu primer día en un nuevo trabajo. Estás lleno de entusiasmo, decidido a demostrar que puedes con el reto. Pero, mientras te adaptas, notas algo curioso: algunos compañeros, con títulos impresionantes y múltiples diplomas, parecen perdidos ante los desafíos cotidianos. En cambio, el operario más humilde, el que ha trabajado desde abajo y conoce cada rincón de la empresa, resuelve los problemas con una facilidad que parece mágica. ¿A quien debes recurrir para conseguir esa Difusión del Conocimiento?
A lo largo de mi experiencia, he aprendido algo esencial: saber no es suficiente; lo que importa es saber aplicar.
En una de las empresas donde trabaje, teníamos un dicho: «Mejor trabajar con alguien que conoce el terreno, que con un teórico que aún no sabe caminar.» No despreciábamos a los estudiosos, pero aprendimos a valorar la experiencia combinada con la buena actitud. Había empleados con maestrías que, antes de aprender lo básico, ya querían liderar. Y lo más difícil no era enseñarles, sino lidiar con esa actitud de «yo ya lo sé todo».
Por otro lado, los operarios con menos estudios, pero con ganas genuinas de aprender, eran una revelación. Escuchaban con atención, relacionaban lo nuevo con lo que ya sabían, y entendían cómo cada decisión impactaba en el resultado final. Ellos no solo aprendían el «qué hacer», sino también el «por qué». Esa combinación los hacía imprescindibles para el éxito del equipo.

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