Era 2003, y en la pequeña ciudad de Billund, Dinamarca, los pasillos de la sede de Lego estaban llenos de preocupación. La compañía que alguna vez había sido el símbolo de la imaginación estaba tambaleando al borde de la bancarrota. Las cifras eran alarmantes: después de décadas de éxito, sus ventas caían rápidamente, y la competencia de videojuegos y juguetes electrónicos parecía imparable. ¿Qué había salido mal?
Los líderes de Lego sabían que habían perdido el contacto con su esencia. Sus clientes, niños y familias de todo el mundo, ya no encontraban en los bloques de plástico el mismo encanto. Sin embargo, detrás de la incertidumbre, aún latía una esperanza: redescubrir lo que hacía a Lego único. Pero ¿cómo podrían reconstruir el castillo que parecía desmoronarse? Necesitaban algo más que productos: necesitaban reconectar con la imaginación de sus consumidores.
Lego comenzó su transformación con una estrategia clara y ambiciosa: entender profundamente a su público. El equipo sabía que no bastaba con lanzar nuevos productos al azar; tenían que escuchar, aprender y actuar. Aplicaron conceptos clave que cualquier emprendedor puede usar:
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